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Llegamos al segundo capítulo. En él se presenta una hipótesis de la evolución desde la nada hasta las primeras células, pasando por las primeras moléculas autoreplicantes (habrá que compararla con la teoría de Manfred Eigen que también se nombra en el libro). La clave reside en el concepto de replicador, es decir aquella molécula que es capaz de autoreplicarse, o químicamente hablando, es autocatalítica. A partir de este punto basta aplicar la selección natural para obtener el resultado. Por decirlo de otra forma se necesita esa primera molécula autocatalítica/autoreplicante para producir vida tal y como la entendemos, dado que la vida es el resultado de las leyes termodinámicas que gobiernan las reacciones químicas: Eficiencia (control cinético) y Estabilidad (control termondinámico).

Sin embargo postular la existencia de dichas moléculas no es el punto más provocador del capítulo. Dicha etiqueta corresponde a la afirmación: «Los replicadores que sobrevivieron fueron aquellos
que construyeron máquinas de supervivencia para vivir en ellas.«. En otras palabras, no somos más que robots construidos por nuestros genes para autoperpetuarse. ¿El siguiente nivel sería la construcción de robots para perpetuar a los robots que permitieran perpetuarse a nuestros genes? ¿Entonces los genes serán virtuales?